Reducir la duración del vuelo y ahorrar en combustible: el futuro inmediato de la aviación comercial
Time is money: nada nuevo en el mundo de los negocios, y sin duda una premisa válida tanto para los viajeros corporativos como para los carriers, compañías aéreas, para las cuales el factor tiempo tiene una doble incidencia en su cuenta de explotación. Un avión que no vuela no es rentable, por lo cual cuanto menos tiempo pase una aeronave en tierra, mejor. Esta ha sido una de las claves en las que las compañías de bajo coste fundamentaron su éxito, y una de las prácticas que las aerolíneas tradicionales han ido adoptando para mejorar su rendimiento y su competitividad. La reducción del tiempo de las operaciones en tierra puede permitir, además, aumentar las frecuencias de vuelos del avión y con ello mejorar su ratio de rentabilidad, siempre que se consigan ocupaciones adecuadas.
Pero ¿qué pasaría si además pudiésemos optimizar el tiempo en vuelo en una misma ruta? La reducción de la duración del vuelo implica la posibilidad de mayor rotación, además de una reducción del consumo de carburante, principal partida de gasto de las aerolíneas, con un peso en torno al 33% del total de los costes operativos, según IATA, así como menores niveles de emisiones de CO2 y por consiguiente menor contaminación.
Toda compañía aérea está obligada a elaborar su plan de vuelo antes de cada despegue. El plan de vuelo (Filled Flight Plan) recoge, entre otros, la identificación de la aeronave, categoría de estela turbulenta, reglas de vuelo, equipo, la ruta, horarios, la velocidad y niveles de crucero, el número de personas a bordo, aeródromos de salida, destino y alternativos, etc. Se trata de un documento imprescindible para la seguridad y eficiencia del avión, que no obstante, no siempre se termina cumpliendo debido a problemas que pueden surgir sobre la marcha como, por ejemplo, el cambio de puerta de embarque, retrasos en los despegues y aterrizajes, o simplemente el mal tiempo.
Las incidencias de esta naturaleza tienen un elevado impacto en términos de coste para las compañías aéreas que, de hecho, destinan alrededor de 22.000 millones de dólares al año para la gestión de planes de vuelo más eficientes.
Con el objetivo de reducir dichos efectos, la compañía General Electric convocó un concurso entre científicos, empresas y compañías de todo el mundo, para identificar mediante la analítica y procesos de fabricación avanzada, soluciones para mejorar la eficiencia en el sector aéreo, una iniciativa que resolvió el científico y catedrático de la Universitat Politècnica de Catalunya , José Adrián Rodríguez Fonollosa, a través de un algoritmo que trabaja de forma similar a un GPS y que determina las rutas aéreas, velocidades y altitudes más eficientes en cualquier momento, tomando en cuenta variables como el clima, el viento y las limitaciones de espacio aéreo.
El algoritmo de Fonollosa ha demostrado ser hasta un 12% más eficiente que las series de datos de los vuelos reales y su aplicación permitirá a las aerolíneas, una vez desarrollada por General Electric, identificar y ajustar las rutas en tiempo real, con notables ahorros de tiempo y combustible.
Las estimaciones de GE prevén que si en cada vuelo planificado a escala mundial se redujese el trayecto recorrido en tan solo 10 millas, las aerolíneas podrían reducir el consumo anual de combustible en 360 millones de galones, un ahorro superior a los 3.000 millones de dólares al año para el conjunto de la industria, sin contar con la reducción de emisiones de gases contaminantes. Todo ello, como indica el científico, sin rebajar los niveles de seguridad de los vuelos.
Buenas noticias para los viajes de negocio: llegar antes, a menor coste y con un menor impacto en términos de huella de carbono puede ser una realidad en el futuro inmediato...
General Electric y José Adrián Rodríguez Fonollosa comparten el Premio GEBTA 2015 a la Innovación
(c) Marcel Forns, GEBTA 2015