A las puertas de cerrar el año 2019 y de formular nuestros propósitos para el 2020, el mes de noviembre es un buen momento para pararse a pensar en los objetivos y proyectos para el nuevo año.
Uno de los aspectos que sin duda como industria deberían ocupar nuestra atención es nuestro rol y contribución en relación con la emergencia climática.
Como la mayor parte de los sectores y actividades de la economía, la industria de los viajes también contribuye a la generación de gases de efecto invernadero (GEI), y por consiguiente al aumento de las temperaturas de nuestro planeta. Las actividades asociadas al transporte, según el Avance del Inventario de Emisiones de GEI publicado por el Ministerio para la Transición Ecológica, cifraba en un 25% la contribución del transporte por carretera a las emisiones de GEI en 2018, de las cuales más de un tercio corresponden a las aglomeraciones urbanas.
Desde la perspectiva de los viajes de negocio, hay que recordar que el transporte por carretera es el principal medio de locomoción utilizado. Su uso, va asociado a una alta intensidad y frecuencia, con una media de más de 2350 km. mensuales, tal y como recogía el primer estudio sobre "La movilidad en carretera por viajes de negocios en España" publicado por GEBTA en 2018, en colaboración con Volkswagen y Europcar.
Precisamente es en el ámbito de los desplazamientos urbanos donde se está librando una de las grandes batallas para la reducción de las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, y donde es preciso que las corporaciones centren su atención en primera instancia, con la finalidad de revisar y poner al día sus políticas de movilidad con un doble objetivo: la incorporación de nuevas opciones de movilidad más eficientes y la apuesta decidida por las flotas y vehículos ECO.
En lo que al transporte aéreo se refiere, si bien su impacto sobre el total de las emisiones es menor (el Grupo de trabajo sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), cifraba en un 3'5% el peso de la aviación sobre el total de emisiones de gases de efecto invernadero), las proyecciones de IATA de crecimiento del número de vuelos a nivel mundial en los próximos 20 años, exigen igualmente de la atención y de las reacciones urgentes de la industria.
Aunque en el ámbito del transporte aéreo solemos delegar en los fabricantes y las aerolíneas la responsabilidad del cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS), es evidente que ésta es una responsabilidad compartida con el resto de los actores de la cadena de valor.
De hecho, las recientes declaraciones del Director de Operaciones de IATA, o las de organizaciones como la Mesa de Turismo o CEHAT ya nos indican que se empieza a percibir un impacto en la venta de billetes aéreos y un cierto cambio de hábitos, asociados a fenómenos como el Flygskam, No Fly o Stay Grounded.
Al igual que en el caso del transporte por carretera, una buena política de viajes puede contribuir a reducir nuestras emisiones de gases efecto invernadero. Basta leer alguna de las recomendaciones recogidas en uno de mis últimos posts (Recomendaciones y deberes para la vuelta de vacaciones 3- http://gebta.blogspot.com/2019/09/recomendaciones-y-deberes-para-la_96.html), para comprobar que las empresas cuentan con margen de mejora, y que buena parte de ello pasa, en primera instancia por la aplicación de dos principios muy elementales:
Este es un reto que nos afecta a todos por igual, y por el que merece la pena luchar. ¿Qué tal si lo incluimos en nuestros propósitos para el 2020?
Marcel Forns (c) GEBTA 2019
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